miércoles, 22 de agosto de 2018

Y llegó ella

Hoy el día amanecía soleado climatológicamente hablando,  pero para mí era un día gris, uno más de tantos.
A pesar de ello y sacando fuerzas no se muy bien de donde, salí de mi cama y decidí dejar que mis huesos descansásen al sol en algún lugar solitario, lejos de todo y todos,  donde quedarme conmigo mismo y mis pensamientos,  la decisión no fue difícil, afortunadamente son muchos los rincones que reúnen esas características y que en mis caminatas encuentro.
Al llegar me senté sobre una fría y húmeda piedra, estaba en total soledad, no se escuchaba nada, ni tan siquiera el canto de los pájaros,  tal vez habían adivinado para que había ido allí. Tampoco se veía más forma de vida que aquellas plantas que se movían al compás marcado por aquel pequeño curso de agua.
Así fue pasando el tiempo, podia hacer lo que había ido ha hacer, nada ni nadie eran testigos de aquello, tan sólo yo y mi soledad.
Pero de repente alguien rompió aquel silencio, alguien vino a llamar mi atención.  Si era ella,  como tantas otras veces era ella.
Posó sus patas sobre mi rodilla y se quedó mirándome, inmóvil, como esperando un gesto, una palabra. Nuestras miradas se mantuvieron fijas en la del otro durante unos cinco minutos. Yo le hable de los sentimientos,  del mismo modo que lo había echo otras veces, sólo que  esta vez mis ojos dejaron escapar alguna lagrima.
Luego de escucharme pacientemente, alzó nuevamente el vuelo, dio unas vueltas a mi alrededor y se fue como había llegado,  en silencio.
Por un instante sentí que estabas allí, en aquellos ojos que fijamente me miraban, por un instante aquella libélula me hizo feliz.

C. Rodríguez
15/08/2018

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