sábado, 5 de noviembre de 2022

EL BARRIO

 EL BARRIO

Aquellas calles le habían hecho quien era, esforzarse siempre al máximo tratando de salir de un entorno donde la pobreza se podía oler.

Incluso las instituciones se habían olvidado de ellos, las calles no se asaltaban desde el día en que las construyeron, de hecho el negro pavimento era casi inexistente, quedando algún pequeño vestigio como prueba de que en algún momento había existido.

Pero en el barrio no todo era malo, al contrario, era algo más que un barrio, era una gran familia donde todos se preocupaban por todos, donde los niños eran de su padre y su madre, aunque parecían serlo de todos, pues allí donde estuviesen jugando allí merendaban todos.

No eran muchas casas las que componían el barrio, un pequeño núcleo de sesenta viviendas sociales construidas para albergar al mismo número de familias desfavorecidas por la vida. Aunque ese había sido el eslogan oficial, la realidad era bien distinta, habían sido levantadas para alejar a aquellas personas de un barrio residencial lleno de grandes y lujosos chalets donde habitaban importantes políticos, empresarios y “gente bien “ que no querían ver a personas sin recursos merodeando por las mismas calles que ellos transitaban en sus lujosos vehículos

En el barrio se había creado una pequeña escuela, del mismo estilo que las del rural, esas donde en el mismo aula imparte clase un único profesor para todas las edades. Era Don Ernesto el encargado de intentar que todos aquellos pequeños aprendieran a leer, escribir y hacer algunas cuentas, mientras trataba de que recibiesen unas nociones mínimas de como comportarse en una sociedad que les quería lejos.

Don Ernesto era un maestro de aquellos de antes, con los que la disciplina era fundamental, pero tenía el hombre un corazón tan grande que se dejaba en aquellas criaturas algo más que la paciencia intentando hacer de ellos hombres y mujeres de provecho.

Sin duda su sueldo no era elevado, pero consciente de que el hambre era fiel compañera el barrio, se dejaba sus ganancias mensuales en aquellos pequeños estómagos. Cada día dejaba el aula a cargo de alguno de los mayores durante los diez minutos anteriores al recreo mientras él iba a la cocina y lo preparaba todo, luego llamaba a un par de los de más edad que se apresuraban en llegar donde él y ayudarle a repartir entre todos los alumnos un vaso de leche y un trozo se pan.

Antonio había tenido la suerte de haber estudiado con aquel hombre, él le había enseñado no sólo las materias que impartía en el aula, sino también el valor de compartir con quienes tienen menos.

Fue Don Ernesto quien le ánimo a estudiar más allá de los temarios obligatorios, quien por las tardes le daba clases de otras materias y ampliaba sus conocimientos invitándole a leer obras de los grandes pensadores y filósofos, quien le prestaba libros de ciencia… en definitiva, fue quien le empujó a crecer y a creer que otro futuro era posible.

Don Ernesto se encargó de conseguirle una beca para proseguir con los estudios de bachillerato, y luego la universidad. Antonio siempre estuvo agradecido a aquel hombre que había cambiado su vida.

Un golpe de suerte y el duro trabajo habían colocado a Antonio entre los directivos de una gran empresa, lo que le proporcionaba una vida fácil y sin estrecheces. Pero él no olvidaba las enseñanzas de su primer maestro.

En el barrio nadie sabía que había pasado, el caso es que de repente habían dejado de pasarles los recibos del alquiler, el agua y la luz. Algunos habían tratado de averiguar, pero solamente les decían que todos los recibos estaban al día, que no había ninguna deuda y tampoco ni un error.

Pasados unos meses las máquinas llegaron al barrio, poniendo en alerta a todos durante las primeras horas, y dejándoles boquiabiertos al ver cómo iniciaban la reparación de aquellas cuatro calles.

Al mismo tiempo comenzaron la construcción en una parcela anexa y que siempre había estado vacía.

Las obras duraron quince meses, y unos días antes de navidad llegó a todas las casas una invitación para la inauguración, les invitaban a una cena, a todos, no querían que faltase nadie, niños y mayores debían acudir la noche del 24 de diciembre. Tan sólo les pedían que llevasen su mejor sonrisa.

El edificio tenía un gran cartel que permanecía tapado, y que así estaría hasta el momento de la cena.

Y fue entonces cuando sin que nadie tocase nada la gran tela de desplomó al suelo y un sepulcral silencio se hizo en el enorme pabellón donde se habían dispuesto mesas y sillas para una gran cena de nochebuena en familia. Aquel cartel rezaba de la siguiente manera:

En recuerdo a  Don Ernesto Giráldez, gran maestro y mejor persona.

En agradecimiento a su esfuerzo y dedicación en favor de todos los niños y niñas del barrio, que disfrutamos de un vaso de leche y un trozo de pan cada día, satisfaciendo así el hambre de nuestros estómagos, mientras sus enseñanzas alimentaban nuestras mentes.

Tras el asombro inicial se escuchó una voz que gritaba - ¡a comer, que la cena se enfría! – y todos comenzaron a cenar, mientras se comentaba quien podría estar detrás de todo aquello.

A día de hoy siguen sin saber que el nuevo colegio, en cuyo pabellón de deportes se sigue celebrando la cena de nochebuena cada año, y esos recibos que siguen sin llegar es todo obra de uno de sus vecinos, alguien que pudiendo estar lejos prefiere estar allí donde se crió y donde aprendió la importancia del verbo ayudar.


C. RODRÍGUEZ 

5/11/2022