lunes, 24 de junio de 2019

POR TODA LA ETERNIDAD


POR TODA LA ETERNIDAD

Luche por aquello que amaba,
por quien una sonrisa me sacaba,,
luche por quien mis días iluminaba,
mas no sirvió de nada.

Aquella luz se apagó de repente,
pero sólo para mí lo hizo,
sólo sombras dejó cuando se alejó,
la sonrisa de cara se borró,
en su lugar tan sólo lágrimas dejó.

Luche, y lo hice por amor,
lloré, y también fue por amor,
me rendí cuando la perdí
y también fue por amor.

Entre tanta lucha y tanto llanto
ahogué mi corazón destrozado,
hoy sigo cosiendo
los pedazos que se han salvado.

No lamento haber amado,
no lamento por ello haber luchado,
no lamento haber llorado,
ni tampoco el corazón haber entregado.

Lamento no haber sabido
darle aquello que en silencio ansiaba,
lamento no haberla amado
como lo hacían en los libros que ella leía.

Llámenme cobarde por haberme rendido
pero sólo el amor sincero renuncia
para cumplir aquello prometido
de amar sin condición por toda la eternidad.

C. Rodríguez
24/06/2019

jueves, 20 de junio de 2019

ERAN TAN SOLO UNA VOZ


ERAN TAN SOLO UNA VOZ

El destino había querido que fuese ella quien descolgarse el teléfono aquella mañana, hablaron de temas profesionales y durante esos minutos algo mágico estaba sucediendo sin que ninguno de los dos se diese cuenta de ello.
Entre los comentarios profesionales surgió hablar del tiempo,  una conversación del todo trivial y sin nada que pudiera hacer pensar lo que vendría después.
En esos días hubieron de hablar en más ocasiones  y además de los temas de trabajo y el tiempo atmosférico,  surgieron temas personales,  pero de los que no tienen mayor importancia ni trascendencia.
La confianza entre ambos iba en aumento,  las llamadas ya no eran profesionales y  desde luego por su duración quedaba claro que se encontraban cómodos y relajados mientras conversaban. Las horas iban acumulándose el contado mientras en ellos parecía crecer una necesidad de escuchar al otro.
Naturalmente no podían mantener aquellas largas charlas desde el teléfono del trabajo,  pero para entonces ya ambos tenían el número del otro.
No eran más que eso, una voz al otro lado del teléfono,  pero esa voz les hacía sentirse bien, les hacía querer que el día pasase rápido y llegase la noche, para volver a descolgar el terminal y desconectar del resto del mundo.
Durante las horas que se pasaban hablando no existía nada más,  los problemas se desvanecían y parecía detenerse el tiempo.
Bromas sobre que pasaría si llegasen a verse, momentos imaginarios contemplando la puesta de sol, noches bajo las estrellas. Imaginaban paseos junto al río y a la orilla del mar, y esto ya les bastaba para hacer más fácil la lejanía.
Yo no me atrevería a decir que entre ellos hubiera surgido algo parecido al amor, pero si es cierto que escuchar sus conversaciones era como oír a una de esas parejas que han de permanecer separados por la distancia y saben que ese teléfono es lo que mantiene vivos los sentimientos.
Era francamente hermoso escucharles, sus voces parecían bailar según iban hablando,  y aquellas despedidas casi hechas susurros….
Quien sabe como seguirá esa historia, por el momento ellos ya no son tan sólo una voz, ya son la voz que el otro espera oír cada noche antes de dormir.

C. Rodríguez
20/06/2019

domingo, 2 de junio de 2019

LOS MILAGROS EXISTEN



Los milagros existen, sólo has de creer en que es posible.


Estaba tumbado en aquella cama, la misma a la que llevaba pegado los últimos cuatro años.
Era una mañana de diciembre, aunque a decir verdad no lo parecía. El sol lucía en el exterior ya desde hacía unos días, haciendo que pareciese que fuese mayo.
Ya hacía semanas que podía ver a través de la ventana el alumbrado navideño, y servir en los pasillos el famoso espíritu navideño, ese que tenía claro ya no existía. Todo era apariencia de felicidad y buenos deseos, pero la realidad era otra muy distinta. Pero esos días parecía que todos debiésemos sonreír, era como una especie de absurda obligación.
Obligación si era la mia, allí tumbado, sin otra cosa que poder hacer que ver pasar las horas, horas en las que quisiera estar sobre mi bicicleta, pedaleando mientras los kilómetros se iban sumando en el contador y el paisaje pasaba rápidamente a mi alrededor, y la brisa resbalaba por mi cara.
Aunque aquella situación venía causada por esa pasión mía por las dos ruedas.
Me lo habían advertido muchas veces, pero mi adicción a la adrenalina me había llevado a ir cada vez más rápido, ajustar más en las curvas, volar sobre el asfalto como si de una competición se tratase, nunca podría haber sido como aquellos con quienes coincidía cada domingo y que tan sólo salían a pasear sin otro objetivo que pasar el rato.
Día tras día volvían a mi mente las imágenes de aquel momento, un instante que no duró más que unos pocos segundos, pero que se le habían echo eternos.
Bajaba, como cada domingo, por aquella sinuosa carretera de montaña. Y como cada domingo, también iba todo lo deprisa que podía ir, aumentando la velocidad de descenso pedaleando como un auténtico poseso.
Fue entonces cuando, tras la curva más cerrada de aquella tremenda bajada, apareció ante mis incrédulos ojos aquel deportivo negro.
No hubo tiempo para la reacción, tras el impacto me encontré volando, pero en esta ocasión literalmente. El impacto contra el asfalto había sido brutal. Los minutos siguientes estaban borrosos en mi recuerdo,  aunque una idea si que rondaba por mi cabeza en aquellos momentos, pensaba que aquello era el final, que ya no podía volver a ver ni abrazar a mi pequeña.
No sentía dolor, ni calor, ni frío, eso era lo que me preguntaba, esa ausencia de sensaciones, el no sentir como mi sudor se enfriaba al contacto con el asfalto y por mi total inmovilidad.
Recordaba haber escuchado la sirena de la ambulancia a lo lejos, acercándose, pero no recordaba su llegada. En mi memoria no había nada hasta el momento de despertar en una fría habitación desangelada.
Allí descubrí el aterrador y oscuro futuro que me esperaba, los médicos no eran muy optimistas sobre mi recuperación y trataban de hacerme comprender que aún después de algunas intervenciones quirúrgicas, mis posibilidades de recuperar la movilidad eran escasas.
Siempre sucede lo mismo, algún imbécil había decidido coger el coche después de una noche de copas, y ahora era yo quien pagaría las consecuencias.
Según el informe presentado por la Dirección General de Tráfico en aquel mismo año, 2014, el alcohol estaba presente de una u otra manera en casi el 50 % de los accidentes mortales.
Personalmente me había resistido a creer que el resto de mi vida sería ese, pasar hasta el último segundo tirado en una cama.
Pero, como una de mis enfermeras decía, “los milagros existen, sólo has de creer en que es posible”, y yo me lo había tomado al pie de la letra.
Después de dos difíciles operaciones, había comenzado a sentir algunos ligeros hormigueos en mis piernas, y algún que otro calambre en mis brazos. Esto me animaba a afrontar las dolorosas sesiones de rehabilitación pautadas por los especialistas,  pero para mi no eran suficientes.
Era el ansiado momento de poder abrazar a mi pequeña lo que más efecto había hecho en mi, y eso me llevó a realizar aquellos ejercicios por mi cuenta, varias veces al día en mi solitaria habitación, con los ojos inundados de lágrimas, mezcla del dolor que sentía con cada pequeño movimiento de mis brazos y la alegría de cada milímetro que sumaba a aquel movimiento.
Hoy, sigo sujeto a unas ruedas, muy parecidas a las de mi bicicleta, pero ya puedo abrazar a mi hija y a mi esposa, puedo impulsar esta silla para desplazarme, y sigo teniendo ese sueño,  ese objetivo de volver a caminar,  porque los milagros si existen y yo creo en que es posible.

C. Rodríguez
2/06/2019

EL PODER DE LAS PALABRAS


Hace un par de semanas se me propuso un ejerció, consistía en escribir una historia que ya todos conocíamos, pero se trataba de hacerlo desde un punto de vista diferente.

Tras esa primera versión, el reto consistía en crear un nuevo punto de vista a la historia, y de ahí nace la versión dos.
Hoy quiero compartir con vosotros los resultados de este “reto”.



EL PODER DE LAS PALABRAS

Aquella mañana me había despertado con una extraña sensación, algo en el ambiente parecía diferente.
Estaba preparando una gran taza de café reciclado, el presupuesto no daba para más, aunque por suerte en el bar de abajo siempre se han portado muy bien conmigo, no sólo me dan a diario un plato de comida caliente, sino que  desde que se lo pedí hace ya unos quince años, también me guardan los restos que de las cazoletas de la cafetera se desechan tras preparar los cafés del día.
Podía percibir que había amanecido un día radiante, notaba el calor del sol entrando por la ventana inundado la pequeña habitación donde vivo.
Tras terminarme aquel café y recoger mi chaqueta, me encamine a la cercana plaza donde a diario paso las horas.
Tras colocar en el suelo aquel viejo cojín, que ya ni recuerdo de donde salió, me senté y apoyé mi espalda contra la pared del viejo edificio de  los juzgados; esa mañana este gesto había sido más agradable, el sol había calentado aquellas piedras que tantas vidas habían visto pasar.
Dispuse ante mi aquella vieja lata y el cartón, en el que amablemente me había escrito un mensaje algún compasivo transeúnte, y que según me habían dicho en el bar rezaba algo así como “Necesito ayuda, soy ciego”.
La mañana iba transcurriendo igual que todas las anteriores, de vez en cuando mis oídos recibían la reconfortante señal que enviaba aquella vieja lata cuando en su interior alguien dejaba caer alguna moneda.
No eran muchas las que podía recoger de su interior al finalizar el día, pero siempre agradecía todas y cada una de ellas, pues todas eran igual de importantes para mí.
Como ya os había dicho, aquella mañana tenía la sensación de que sería distinta a las demás, y no me había equivocado.
Habrían transcurrido unas tres o tal vez cuatro horas, cuando unos pasos de mujer se detuvieron frente a mi; en esta ocasión la vieja lata no había sonado, pero tampoco lo habían vuelto ha hacer los pasos de aquella mujer.
Pude notar cómo su cabeza se acercaba a la mía justo antes de escuchar una suave voz que casi susurrando me preguntaba “¿te importaría si escribo otro texto en tu cartel?
No negaré que me sorprendió aquella propuesta, pero algo me decía que debía acéptala, y así lo hice.
Tras unos segundos,  los pasos de la mujer comenzaron a alejarse.
No sabía cuál era el nuevo mensaje que había en mi cartón, el caso es que algo importante debía de ser, pues la lata comenzó a sonar con una frecuencia que jamás había tenido.
Tan sólo habían pasado un par de horas y yo estaba encandilado con aquel sonido, cuando volví a escuchar aquellos pasos.
¡Sin duda era ella! Y otra vez se paró ante mi, y nuevamente se agachó y me habló.
-             - ¿Qué tal ha ido? ¿Ha surtido efecto el cambio?
Naturalmente que lo había hecho, ahora mi lata estaba casi llena, cuando normalmente tan sólo sacaba de ella un puñado de monedas.
-               - ¿Sería tan amable de decirme que es lo que ha escrito?
Una leve risa se escapó de los labios de aquella mujer justo antes de leerme aquel milagroso mensaje.
Aquella alma sensible que me cambió la vida, tan sólo había aportado un poco de un nuevo punto de vista al hecho de mi ceguera.
Ella había escrito en mi cartón “Se acerca la primavera, pero yo no podré verla"
Machas gracias querida desconocida, ahora se cual es el verdadero poder de las palabras.


C. Rodríguez
6/05/2019



EL PODER DE LAS PALABRAS (VERSIÓN DOS)

Recuerdo aquella mañana del mes de marzo hace ya cuatro años. Había amanecido un día soleado, algo que ya echábamos de menos después de casi cuatro meses de lluvias y días nublados.
Como cada mañana en los últimos veinte años, había abierto las puertas de mi pequeño bar.
El establecimiento está muy bien situado, en la plaza, justo frente a los juzgados. Tan sólo tiene una pequeña pega, que no hay posibilidad de ampliar hacia ningún lado, y aunque a diario tenemos una gran cantidad de clientes haciendo cola para ocupar una mesa, tenemos la ventaja de poder darles a todos ellos un trato mucho más personal y familiar,  de echo mucho ya son como de la familia.
Uno de estos clientes que consideramos de la familia es Antonio. Él es ciego, perdió la vista de niño, en el mismo accidente de tráfico donde habían fallecido sus padres. El sistema se había hecho cargo de él, pero al cumplir los 18 años le habían dejado a su suerte, con la única cobertura de una ridícula pensión que apenas le daba para cubrir el alquiler de una pequeña habitación en el viejo hospedaje del edificio contiguo a nuestro bar.
Antonio es un hombre entrañable, respetuoso y muy reservado. A pesar de su precaria situación y los años que llevaba así, sigue dándole el mismo reparo pedir una ayuda como el primer día que se vio en la calle.
Sabedores de su situación nos propusimos, hace ya muchos años, aportar nuestro pequeño granito de arena, y desde entonces tiene un lugar reservado para comer y cenar todos los días. El desayuno dice que prefiere hacerlo en su habitación, dice que no quiere abusar de nuestra generosidad.
Todavía recuerdo aquella conversación, cuando siendo él muy joven, me pidió que me acercara a él y con lágrimas en los ojos me había dicho susurrando.
-          José ¿podrías hacerme un favor enorme?
-          Si esta en mi mano dalo por seguro Antonio, eres un buen muchacho y nunca hemos tenido problemas contigo,  no como otros.
-          Te agradecería de corazón si pudieses darme los restos de la cafetera, así podría tomarme algo caliente por las mañanas y antes de irme a dormir.
Por aquel entonces no sabíamos mucho de Antonio, y fue ese el momento cuando comenzamos a poner un plato extra pensando en él.
Como podéis imaginar nunca le dimos los restos de la cafetera, aunque esto él no lo sabe, lo que hacemos es ponerle el café molido en  una bolsa para que pueda llevárselo.
La mañana de la que os hablaba, Antonio pasó a dar los buenos días como hacía a diario. Bajo su brazo un viejo y raído cojín y su inseparable cartón, en la otra su gastado bastón blanco.
Con la seguridad que da el repetir el mismo trayecto todos los días durante años, cruzó la plaza y se sentó  a pocos metros de la entrada de los juzgados.
Casi como si de un ritual se tratase, situó ante él su cartón, en el que rezaba la frase “necesito ayuda, soy ciego” y aquella vieja lata, no quería cambiarla, decía que le había traído suerte. Nos había contado que esa lata había salido de nuestra basura una fría noche de noviembre (en aquellos años todavía no se reciclaba) y que al día siguiente había sido cuando habíamos ido a buscarle para que viniese a comer al bar.
Mientras yo atendía las mesas dela terraza, los transeúntes iban y venían por la plaza. Se mezclaban turistas, abogados, delincuentes, policías y un sinfín de profesionales y vecinos.
Algunas de aquellas personas dejaban caer alguna moneda en la lata de Antonio, aunque no eran muchos los que lo hacían.
Esa mañana algo extraño llamó mi atención, cuando volví mi cabeza hacia el lugar donde se encontraba Antonio, pude observar a una joven parada junto a él. Extrañado me quedé atento a lo que sucedía.
Aquella joven se agachó y tomó en sus manos el cartón y tras unos instantes volvió a situarlo en su lugar y continuó su camino.
Desde el bar no podía ver que era lo que aquella joven había hecho en el cartón, pero  fuese lo que fuere, parecía haber obrado magia
Desde el bar podía ver como ahora eran muchos los que frenaba su paso para dejar caer alguna moneda en la lata de Antonio.
Llego la hora de la comida, y como siempre Antonio cruzó la plaza, se le veía feliz, y eso se notó en su saludo.
-          Buenos días José y compañía, buen provecho tengan ustedes. José hoy sí podré pagarte la comida.
-          Ya sabes que tu aquí no tienes que pagar nada Antonio, tenerte entre nosotros ya es recompensa suficiente. Pero dime, ¿qué ha pasado para que vengas tan contento?
-          Una mujer José, una mujer ha cambiado mi vida.
-          ¡No me digas que te has echado novia!
-          No, ya me gustaría, pero no. Una mujer se ha acercado a mí y me ha pedido permiso para escribir en mi cartón, y algo mágico ha sucedido, de repente mi lata ha comenzado a sonar. Ha sido maravilloso.
-          ¿Y sabes que es lo que ha escrito en el cartón?
-          Hace un ratito ha regresado, y eso mismo es lo que yo le he preguntado y su respuesta me ha dejado pensando en el  poder que tienen las palabras.  Ella me ha dicho que ahora mi cartón dice “Se acerca la primavera, pero yo no podré verla"
-          Vaya, pues si que ha causado un gran efecto, es increíble que algo tan sencillo como unas pocas palabras puedan cambiar tanto nuestra percepción de la realidad.
Y así fue como sucedió, o al menos así lo recuerdo yo.
Antonio estuvo utilizando aquel cartel durante unas semanas, pues luego ya no era tan impactante  no llegaba igual a la gente en pleno mes de abril. No se deshizo de aquel  cartón, y aún hoy en día sigue sacándolo durante unos días en el mes de marzo, y sigue obrando auténtica magia durante esos pocos  días.
De aquella muchacha no hemos vuelto a saber nada, y es una pena, seguro que  también tendría entre sus manos algo mágico para nuestro bar.
Como ya os he dicho,  no nos podemos quejar de como marcha el negocio, la crisis no se ha cebado tanto con nosotros como con otros establecimientos de la zona, que ya han cerrado sus puertas hace tiempo.
Antonio sigue  siendo nuestro “cliente“ más fiel,  no falta ni un solo día,  y la verdad es que para nosotros sigue siendo recompensa más que suficiente su presencia.  Aunque desde ese día su vida ha cambiado  y la nuestra también.
Comenzó por casualidad,  contando su historia y la de ese cartel mágico, algunos clientes comenzaron a  pedirle que la contase más de una vez, y no tardó en comenzar a contar otras historias, la mayor parte de ellas inventadas, pero lo hace de una forma tan especial, que muchos ya vienen preguntando que días actúa Antonio “el contador de historias”.
La hora de la cena nunca había sido de mucha concurrencia, pero esos días en que Antonio relata sus historias, siempre llenamos el local.
Antonio ha salvado nuestro negocio,  y además se saca unos euros ¡que nunca vienen mal!

C. Rodríguez
13/05/2019