domingo, 2 de junio de 2019

EL PODER DE LAS PALABRAS


Hace un par de semanas se me propuso un ejerció, consistía en escribir una historia que ya todos conocíamos, pero se trataba de hacerlo desde un punto de vista diferente.

Tras esa primera versión, el reto consistía en crear un nuevo punto de vista a la historia, y de ahí nace la versión dos.
Hoy quiero compartir con vosotros los resultados de este “reto”.



EL PODER DE LAS PALABRAS

Aquella mañana me había despertado con una extraña sensación, algo en el ambiente parecía diferente.
Estaba preparando una gran taza de café reciclado, el presupuesto no daba para más, aunque por suerte en el bar de abajo siempre se han portado muy bien conmigo, no sólo me dan a diario un plato de comida caliente, sino que  desde que se lo pedí hace ya unos quince años, también me guardan los restos que de las cazoletas de la cafetera se desechan tras preparar los cafés del día.
Podía percibir que había amanecido un día radiante, notaba el calor del sol entrando por la ventana inundado la pequeña habitación donde vivo.
Tras terminarme aquel café y recoger mi chaqueta, me encamine a la cercana plaza donde a diario paso las horas.
Tras colocar en el suelo aquel viejo cojín, que ya ni recuerdo de donde salió, me senté y apoyé mi espalda contra la pared del viejo edificio de  los juzgados; esa mañana este gesto había sido más agradable, el sol había calentado aquellas piedras que tantas vidas habían visto pasar.
Dispuse ante mi aquella vieja lata y el cartón, en el que amablemente me había escrito un mensaje algún compasivo transeúnte, y que según me habían dicho en el bar rezaba algo así como “Necesito ayuda, soy ciego”.
La mañana iba transcurriendo igual que todas las anteriores, de vez en cuando mis oídos recibían la reconfortante señal que enviaba aquella vieja lata cuando en su interior alguien dejaba caer alguna moneda.
No eran muchas las que podía recoger de su interior al finalizar el día, pero siempre agradecía todas y cada una de ellas, pues todas eran igual de importantes para mí.
Como ya os había dicho, aquella mañana tenía la sensación de que sería distinta a las demás, y no me había equivocado.
Habrían transcurrido unas tres o tal vez cuatro horas, cuando unos pasos de mujer se detuvieron frente a mi; en esta ocasión la vieja lata no había sonado, pero tampoco lo habían vuelto ha hacer los pasos de aquella mujer.
Pude notar cómo su cabeza se acercaba a la mía justo antes de escuchar una suave voz que casi susurrando me preguntaba “¿te importaría si escribo otro texto en tu cartel?
No negaré que me sorprendió aquella propuesta, pero algo me decía que debía acéptala, y así lo hice.
Tras unos segundos,  los pasos de la mujer comenzaron a alejarse.
No sabía cuál era el nuevo mensaje que había en mi cartón, el caso es que algo importante debía de ser, pues la lata comenzó a sonar con una frecuencia que jamás había tenido.
Tan sólo habían pasado un par de horas y yo estaba encandilado con aquel sonido, cuando volví a escuchar aquellos pasos.
¡Sin duda era ella! Y otra vez se paró ante mi, y nuevamente se agachó y me habló.
-             - ¿Qué tal ha ido? ¿Ha surtido efecto el cambio?
Naturalmente que lo había hecho, ahora mi lata estaba casi llena, cuando normalmente tan sólo sacaba de ella un puñado de monedas.
-               - ¿Sería tan amable de decirme que es lo que ha escrito?
Una leve risa se escapó de los labios de aquella mujer justo antes de leerme aquel milagroso mensaje.
Aquella alma sensible que me cambió la vida, tan sólo había aportado un poco de un nuevo punto de vista al hecho de mi ceguera.
Ella había escrito en mi cartón “Se acerca la primavera, pero yo no podré verla"
Machas gracias querida desconocida, ahora se cual es el verdadero poder de las palabras.


C. Rodríguez
6/05/2019



EL PODER DE LAS PALABRAS (VERSIÓN DOS)

Recuerdo aquella mañana del mes de marzo hace ya cuatro años. Había amanecido un día soleado, algo que ya echábamos de menos después de casi cuatro meses de lluvias y días nublados.
Como cada mañana en los últimos veinte años, había abierto las puertas de mi pequeño bar.
El establecimiento está muy bien situado, en la plaza, justo frente a los juzgados. Tan sólo tiene una pequeña pega, que no hay posibilidad de ampliar hacia ningún lado, y aunque a diario tenemos una gran cantidad de clientes haciendo cola para ocupar una mesa, tenemos la ventaja de poder darles a todos ellos un trato mucho más personal y familiar,  de echo mucho ya son como de la familia.
Uno de estos clientes que consideramos de la familia es Antonio. Él es ciego, perdió la vista de niño, en el mismo accidente de tráfico donde habían fallecido sus padres. El sistema se había hecho cargo de él, pero al cumplir los 18 años le habían dejado a su suerte, con la única cobertura de una ridícula pensión que apenas le daba para cubrir el alquiler de una pequeña habitación en el viejo hospedaje del edificio contiguo a nuestro bar.
Antonio es un hombre entrañable, respetuoso y muy reservado. A pesar de su precaria situación y los años que llevaba así, sigue dándole el mismo reparo pedir una ayuda como el primer día que se vio en la calle.
Sabedores de su situación nos propusimos, hace ya muchos años, aportar nuestro pequeño granito de arena, y desde entonces tiene un lugar reservado para comer y cenar todos los días. El desayuno dice que prefiere hacerlo en su habitación, dice que no quiere abusar de nuestra generosidad.
Todavía recuerdo aquella conversación, cuando siendo él muy joven, me pidió que me acercara a él y con lágrimas en los ojos me había dicho susurrando.
-          José ¿podrías hacerme un favor enorme?
-          Si esta en mi mano dalo por seguro Antonio, eres un buen muchacho y nunca hemos tenido problemas contigo,  no como otros.
-          Te agradecería de corazón si pudieses darme los restos de la cafetera, así podría tomarme algo caliente por las mañanas y antes de irme a dormir.
Por aquel entonces no sabíamos mucho de Antonio, y fue ese el momento cuando comenzamos a poner un plato extra pensando en él.
Como podéis imaginar nunca le dimos los restos de la cafetera, aunque esto él no lo sabe, lo que hacemos es ponerle el café molido en  una bolsa para que pueda llevárselo.
La mañana de la que os hablaba, Antonio pasó a dar los buenos días como hacía a diario. Bajo su brazo un viejo y raído cojín y su inseparable cartón, en la otra su gastado bastón blanco.
Con la seguridad que da el repetir el mismo trayecto todos los días durante años, cruzó la plaza y se sentó  a pocos metros de la entrada de los juzgados.
Casi como si de un ritual se tratase, situó ante él su cartón, en el que rezaba la frase “necesito ayuda, soy ciego” y aquella vieja lata, no quería cambiarla, decía que le había traído suerte. Nos había contado que esa lata había salido de nuestra basura una fría noche de noviembre (en aquellos años todavía no se reciclaba) y que al día siguiente había sido cuando habíamos ido a buscarle para que viniese a comer al bar.
Mientras yo atendía las mesas dela terraza, los transeúntes iban y venían por la plaza. Se mezclaban turistas, abogados, delincuentes, policías y un sinfín de profesionales y vecinos.
Algunas de aquellas personas dejaban caer alguna moneda en la lata de Antonio, aunque no eran muchos los que lo hacían.
Esa mañana algo extraño llamó mi atención, cuando volví mi cabeza hacia el lugar donde se encontraba Antonio, pude observar a una joven parada junto a él. Extrañado me quedé atento a lo que sucedía.
Aquella joven se agachó y tomó en sus manos el cartón y tras unos instantes volvió a situarlo en su lugar y continuó su camino.
Desde el bar no podía ver que era lo que aquella joven había hecho en el cartón, pero  fuese lo que fuere, parecía haber obrado magia
Desde el bar podía ver como ahora eran muchos los que frenaba su paso para dejar caer alguna moneda en la lata de Antonio.
Llego la hora de la comida, y como siempre Antonio cruzó la plaza, se le veía feliz, y eso se notó en su saludo.
-          Buenos días José y compañía, buen provecho tengan ustedes. José hoy sí podré pagarte la comida.
-          Ya sabes que tu aquí no tienes que pagar nada Antonio, tenerte entre nosotros ya es recompensa suficiente. Pero dime, ¿qué ha pasado para que vengas tan contento?
-          Una mujer José, una mujer ha cambiado mi vida.
-          ¡No me digas que te has echado novia!
-          No, ya me gustaría, pero no. Una mujer se ha acercado a mí y me ha pedido permiso para escribir en mi cartón, y algo mágico ha sucedido, de repente mi lata ha comenzado a sonar. Ha sido maravilloso.
-          ¿Y sabes que es lo que ha escrito en el cartón?
-          Hace un ratito ha regresado, y eso mismo es lo que yo le he preguntado y su respuesta me ha dejado pensando en el  poder que tienen las palabras.  Ella me ha dicho que ahora mi cartón dice “Se acerca la primavera, pero yo no podré verla"
-          Vaya, pues si que ha causado un gran efecto, es increíble que algo tan sencillo como unas pocas palabras puedan cambiar tanto nuestra percepción de la realidad.
Y así fue como sucedió, o al menos así lo recuerdo yo.
Antonio estuvo utilizando aquel cartel durante unas semanas, pues luego ya no era tan impactante  no llegaba igual a la gente en pleno mes de abril. No se deshizo de aquel  cartón, y aún hoy en día sigue sacándolo durante unos días en el mes de marzo, y sigue obrando auténtica magia durante esos pocos  días.
De aquella muchacha no hemos vuelto a saber nada, y es una pena, seguro que  también tendría entre sus manos algo mágico para nuestro bar.
Como ya os he dicho,  no nos podemos quejar de como marcha el negocio, la crisis no se ha cebado tanto con nosotros como con otros establecimientos de la zona, que ya han cerrado sus puertas hace tiempo.
Antonio sigue  siendo nuestro “cliente“ más fiel,  no falta ni un solo día,  y la verdad es que para nosotros sigue siendo recompensa más que suficiente su presencia.  Aunque desde ese día su vida ha cambiado  y la nuestra también.
Comenzó por casualidad,  contando su historia y la de ese cartel mágico, algunos clientes comenzaron a  pedirle que la contase más de una vez, y no tardó en comenzar a contar otras historias, la mayor parte de ellas inventadas, pero lo hace de una forma tan especial, que muchos ya vienen preguntando que días actúa Antonio “el contador de historias”.
La hora de la cena nunca había sido de mucha concurrencia, pero esos días en que Antonio relata sus historias, siempre llenamos el local.
Antonio ha salvado nuestro negocio,  y además se saca unos euros ¡que nunca vienen mal!

C. Rodríguez
13/05/2019

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