Hace un par de semanas se me propuso un ejerció, consistía en
escribir una historia que ya todos conocíamos, pero se trataba de hacerlo desde
un punto de vista diferente.
Tras esa primera versión, el reto consistía en crear un nuevo
punto de vista a la historia, y de ahí nace la versión dos.
Hoy quiero compartir con vosotros los resultados de este “reto”.
EL PODER DE LAS PALABRAS
Aquella mañana me había despertado con una extraña sensación,
algo en el ambiente parecía diferente.
Estaba preparando una gran taza de café reciclado, el
presupuesto no daba para más, aunque por suerte en el bar de abajo siempre se
han portado muy bien conmigo, no sólo me dan a diario un plato de comida
caliente, sino que desde que se lo pedí
hace ya unos quince años, también me guardan los restos que de las cazoletas de
la cafetera se desechan tras preparar los cafés del día.
Podía percibir que había amanecido un día radiante, notaba
el calor del sol entrando por la ventana inundado la pequeña habitación donde
vivo.
Tras terminarme aquel café y recoger mi chaqueta, me
encamine a la cercana plaza donde a diario paso las horas.
Tras colocar en el suelo aquel viejo cojín, que ya ni
recuerdo de donde salió, me senté y apoyé mi espalda contra la pared del viejo
edificio de los juzgados; esa mañana este
gesto había sido más agradable, el sol había calentado aquellas piedras que
tantas vidas habían visto pasar.
Dispuse ante mi aquella vieja lata y el cartón, en el que
amablemente me había escrito un mensaje algún compasivo transeúnte, y que según
me habían dicho en el bar rezaba algo así como “Necesito ayuda, soy ciego”.
La mañana iba transcurriendo igual que todas las anteriores,
de vez en cuando mis oídos recibían la reconfortante señal que enviaba aquella
vieja lata cuando en su interior alguien dejaba caer alguna moneda.
No eran muchas las que podía recoger de su interior al finalizar
el día, pero siempre agradecía todas y cada una de ellas, pues todas eran igual
de importantes para mí.
Como ya os había dicho, aquella mañana tenía la sensación de
que sería distinta a las demás, y no me había equivocado.
Habrían transcurrido unas tres o tal vez cuatro horas,
cuando unos pasos de mujer se detuvieron frente a mi; en esta ocasión la vieja
lata no había sonado, pero tampoco lo habían vuelto ha hacer los pasos de
aquella mujer.
Pude notar cómo su cabeza se acercaba a la mía justo antes
de escuchar una suave voz que casi susurrando me preguntaba “¿te importaría si
escribo otro texto en tu cartel?
No negaré que me sorprendió aquella propuesta, pero algo me
decía que debía acéptala, y así lo hice.
Tras unos segundos,
los pasos de la mujer comenzaron a alejarse.
No sabía cuál era el nuevo mensaje que había en mi cartón,
el caso es que algo importante debía de ser, pues la lata comenzó a sonar con
una frecuencia que jamás había tenido.
Tan sólo habían pasado un par de horas y yo estaba encandilado
con aquel sonido, cuando volví a escuchar aquellos pasos.
¡Sin duda era ella! Y otra vez se paró ante mi, y
nuevamente se agachó y me habló.
- - ¿Qué tal ha ido? ¿Ha surtido efecto el cambio?
Naturalmente que lo había hecho, ahora mi lata estaba casi llena,
cuando normalmente tan sólo sacaba de ella un puñado de monedas.
- - ¿Sería tan amable de decirme que es lo que ha
escrito?
Una leve risa se escapó de los labios de aquella mujer justo
antes de leerme aquel milagroso mensaje.
Aquella alma sensible que me cambió la vida, tan sólo había aportado
un poco de un nuevo punto de vista al hecho de mi ceguera.
Ella había escrito en mi cartón “Se acerca la primavera,
pero yo no podré verla"
Machas gracias querida desconocida, ahora se cual es el
verdadero poder de las palabras.
C. Rodríguez
6/05/2019
EL PODER DE LAS PALABRAS (VERSIÓN DOS)
Recuerdo
aquella mañana del mes de marzo hace ya cuatro años. Había amanecido un día
soleado, algo que ya echábamos de menos después de casi cuatro meses de lluvias
y días nublados.
Como
cada mañana en los últimos veinte años, había abierto las puertas de mi pequeño
bar.
El
establecimiento está muy bien situado, en la plaza, justo frente a los juzgados.
Tan sólo tiene una pequeña pega, que no hay posibilidad de ampliar hacia ningún
lado, y aunque a diario tenemos una gran cantidad de clientes haciendo cola
para ocupar una mesa, tenemos la ventaja de poder darles a todos ellos un trato
mucho más personal y familiar, de echo
mucho ya son como de la familia.
Uno
de estos clientes que consideramos de la familia es Antonio. Él es ciego, perdió
la vista de niño, en el mismo accidente de tráfico donde habían fallecido sus
padres. El sistema se había hecho cargo de él, pero al cumplir los 18 años le
habían dejado a su suerte, con la única cobertura de una ridícula pensión que
apenas le daba para cubrir el alquiler de una pequeña habitación en el viejo hospedaje
del edificio contiguo a nuestro bar.
Antonio
es un hombre entrañable, respetuoso y muy reservado. A pesar de su precaria
situación y los años que llevaba así, sigue dándole el mismo reparo pedir una
ayuda como el primer día que se vio en la calle.
Sabedores
de su situación nos propusimos, hace ya muchos años, aportar nuestro pequeño
granito de arena, y desde entonces tiene un lugar reservado para comer y cenar
todos los días. El desayuno dice que prefiere hacerlo en su habitación, dice
que no quiere abusar de nuestra generosidad.
Todavía
recuerdo aquella conversación, cuando siendo él muy joven, me pidió que me
acercara a él y con lágrimas en los ojos me había dicho susurrando.
-
José ¿podrías hacerme un favor enorme?
-
Si esta en mi mano dalo por seguro Antonio, eres
un buen muchacho y nunca hemos tenido problemas contigo, no como otros.
-
Te agradecería de corazón si pudieses darme los
restos de la cafetera, así podría tomarme algo caliente por las mañanas y antes
de irme a dormir.
Por
aquel entonces no sabíamos mucho de Antonio, y fue ese el momento cuando comenzamos
a poner un plato extra pensando en él.
Como
podéis imaginar nunca le dimos los restos de la cafetera, aunque esto él no lo
sabe, lo que hacemos es ponerle el café molido en una bolsa para que pueda llevárselo.
La mañana
de la que os hablaba, Antonio pasó a dar los buenos días como hacía a diario.
Bajo su brazo un viejo y raído cojín y su inseparable cartón, en la otra su
gastado bastón blanco.
Con
la seguridad que da el repetir el mismo trayecto todos los días durante años,
cruzó la plaza y se sentó a pocos metros
de la entrada de los juzgados.
Casi
como si de un ritual se tratase, situó ante él su cartón, en el que rezaba la
frase “necesito ayuda, soy ciego” y aquella vieja lata, no quería cambiarla,
decía que le había traído suerte. Nos había contado que esa lata había salido
de nuestra basura una fría noche de noviembre (en aquellos años todavía no se
reciclaba) y que al día siguiente había sido cuando habíamos ido a buscarle para
que viniese a comer al bar.
Mientras
yo atendía las mesas dela terraza, los transeúntes iban y venían por la plaza.
Se mezclaban turistas, abogados, delincuentes, policías y un sinfín de profesionales
y vecinos.
Algunas
de aquellas personas dejaban caer alguna moneda en la lata de Antonio, aunque
no eran muchos los que lo hacían.
Esa
mañana algo extraño llamó mi atención, cuando volví mi cabeza hacia el lugar
donde se encontraba Antonio, pude observar a una joven parada junto a él.
Extrañado me quedé atento a lo que sucedía.
Aquella
joven se agachó y tomó en sus manos el cartón y tras unos instantes volvió a
situarlo en su lugar y continuó su camino.
Desde
el bar no podía ver que era lo que aquella joven había hecho en el cartón,
pero fuese lo que fuere, parecía haber
obrado magia
Desde
el bar podía ver como ahora eran muchos los que frenaba su paso para dejar caer
alguna moneda en la lata de Antonio.
Llego
la hora de la comida, y como siempre Antonio cruzó la plaza, se le veía feliz,
y eso se notó en su saludo.
-
Buenos días José y compañía, buen provecho
tengan ustedes. José hoy sí podré pagarte la comida.
-
Ya sabes que tu aquí no tienes que pagar nada
Antonio, tenerte entre nosotros ya es recompensa suficiente. Pero dime, ¿qué ha
pasado para que vengas tan contento?
-
Una mujer José, una mujer ha cambiado mi vida.
-
¡No me digas que te has echado novia!
-
No, ya me gustaría, pero no. Una mujer se ha
acercado a mí y me ha pedido permiso para escribir en mi cartón, y algo mágico
ha sucedido, de repente mi lata ha comenzado a sonar. Ha sido maravilloso.
-
¿Y sabes que es lo que ha escrito en el cartón?
-
Hace un ratito ha regresado, y eso mismo es lo
que yo le he preguntado y su respuesta me ha dejado pensando en el poder que tienen las palabras. Ella me ha dicho que ahora mi cartón dice “Se
acerca la primavera, pero yo no podré verla"
-
Vaya, pues si que ha causado un gran efecto, es
increíble que algo tan sencillo como unas pocas palabras puedan cambiar tanto
nuestra percepción de la realidad.
Y
así fue como sucedió, o al menos así lo recuerdo yo.
Antonio
estuvo utilizando aquel cartel durante unas semanas, pues luego ya no era tan
impactante no llegaba igual a la gente en
pleno mes de abril. No se deshizo de aquel
cartón, y aún hoy en día sigue sacándolo durante unos días en el mes de
marzo, y sigue obrando auténtica magia durante esos pocos días.
De
aquella muchacha no hemos vuelto a saber nada, y es una pena, seguro que también tendría entre sus manos algo mágico
para nuestro bar.
Como
ya os he dicho, no nos podemos quejar de
como marcha el negocio, la crisis no se ha cebado tanto con nosotros como con
otros establecimientos de la zona, que ya han cerrado sus puertas hace tiempo.
Antonio
sigue siendo nuestro “cliente“ más
fiel, no falta ni un solo día, y la verdad es que para nosotros sigue siendo
recompensa más que suficiente su presencia.
Aunque desde ese día su vida ha cambiado
y la nuestra también.
Comenzó
por casualidad, contando su historia y
la de ese cartel mágico, algunos clientes comenzaron a pedirle que la contase más de una vez, y no
tardó en comenzar a contar otras historias, la mayor parte de ellas inventadas,
pero lo hace de una forma tan especial, que muchos ya vienen preguntando que
días actúa Antonio “el contador de historias”.
La
hora de la cena nunca había sido de mucha concurrencia, pero esos días en que
Antonio relata sus historias, siempre llenamos el local.
Antonio
ha salvado nuestro negocio, y además se
saca unos euros ¡que nunca vienen mal!
C.
Rodríguez
13/05/2019
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