domingo, 2 de junio de 2019

LOS MILAGROS EXISTEN



Los milagros existen, sólo has de creer en que es posible.


Estaba tumbado en aquella cama, la misma a la que llevaba pegado los últimos cuatro años.
Era una mañana de diciembre, aunque a decir verdad no lo parecía. El sol lucía en el exterior ya desde hacía unos días, haciendo que pareciese que fuese mayo.
Ya hacía semanas que podía ver a través de la ventana el alumbrado navideño, y servir en los pasillos el famoso espíritu navideño, ese que tenía claro ya no existía. Todo era apariencia de felicidad y buenos deseos, pero la realidad era otra muy distinta. Pero esos días parecía que todos debiésemos sonreír, era como una especie de absurda obligación.
Obligación si era la mia, allí tumbado, sin otra cosa que poder hacer que ver pasar las horas, horas en las que quisiera estar sobre mi bicicleta, pedaleando mientras los kilómetros se iban sumando en el contador y el paisaje pasaba rápidamente a mi alrededor, y la brisa resbalaba por mi cara.
Aunque aquella situación venía causada por esa pasión mía por las dos ruedas.
Me lo habían advertido muchas veces, pero mi adicción a la adrenalina me había llevado a ir cada vez más rápido, ajustar más en las curvas, volar sobre el asfalto como si de una competición se tratase, nunca podría haber sido como aquellos con quienes coincidía cada domingo y que tan sólo salían a pasear sin otro objetivo que pasar el rato.
Día tras día volvían a mi mente las imágenes de aquel momento, un instante que no duró más que unos pocos segundos, pero que se le habían echo eternos.
Bajaba, como cada domingo, por aquella sinuosa carretera de montaña. Y como cada domingo, también iba todo lo deprisa que podía ir, aumentando la velocidad de descenso pedaleando como un auténtico poseso.
Fue entonces cuando, tras la curva más cerrada de aquella tremenda bajada, apareció ante mis incrédulos ojos aquel deportivo negro.
No hubo tiempo para la reacción, tras el impacto me encontré volando, pero en esta ocasión literalmente. El impacto contra el asfalto había sido brutal. Los minutos siguientes estaban borrosos en mi recuerdo,  aunque una idea si que rondaba por mi cabeza en aquellos momentos, pensaba que aquello era el final, que ya no podía volver a ver ni abrazar a mi pequeña.
No sentía dolor, ni calor, ni frío, eso era lo que me preguntaba, esa ausencia de sensaciones, el no sentir como mi sudor se enfriaba al contacto con el asfalto y por mi total inmovilidad.
Recordaba haber escuchado la sirena de la ambulancia a lo lejos, acercándose, pero no recordaba su llegada. En mi memoria no había nada hasta el momento de despertar en una fría habitación desangelada.
Allí descubrí el aterrador y oscuro futuro que me esperaba, los médicos no eran muy optimistas sobre mi recuperación y trataban de hacerme comprender que aún después de algunas intervenciones quirúrgicas, mis posibilidades de recuperar la movilidad eran escasas.
Siempre sucede lo mismo, algún imbécil había decidido coger el coche después de una noche de copas, y ahora era yo quien pagaría las consecuencias.
Según el informe presentado por la Dirección General de Tráfico en aquel mismo año, 2014, el alcohol estaba presente de una u otra manera en casi el 50 % de los accidentes mortales.
Personalmente me había resistido a creer que el resto de mi vida sería ese, pasar hasta el último segundo tirado en una cama.
Pero, como una de mis enfermeras decía, “los milagros existen, sólo has de creer en que es posible”, y yo me lo había tomado al pie de la letra.
Después de dos difíciles operaciones, había comenzado a sentir algunos ligeros hormigueos en mis piernas, y algún que otro calambre en mis brazos. Esto me animaba a afrontar las dolorosas sesiones de rehabilitación pautadas por los especialistas,  pero para mi no eran suficientes.
Era el ansiado momento de poder abrazar a mi pequeña lo que más efecto había hecho en mi, y eso me llevó a realizar aquellos ejercicios por mi cuenta, varias veces al día en mi solitaria habitación, con los ojos inundados de lágrimas, mezcla del dolor que sentía con cada pequeño movimiento de mis brazos y la alegría de cada milímetro que sumaba a aquel movimiento.
Hoy, sigo sujeto a unas ruedas, muy parecidas a las de mi bicicleta, pero ya puedo abrazar a mi hija y a mi esposa, puedo impulsar esta silla para desplazarme, y sigo teniendo ese sueño,  ese objetivo de volver a caminar,  porque los milagros si existen y yo creo en que es posible.

C. Rodríguez
2/06/2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario