martes, 27 de septiembre de 2022

ALGUIEN JUEGA EN MI COCINA

 

RETO SEMANAL CUATRO HOJAS - AZÚCAR 

ALGUIEN JUEGA EN MI COCINA 


¿Cómo era posible? Había revisado el contenido de cada uno de los recipientes cada día de la semana,  y a pesar de ello seguía sucediendo lo mismo cada día.  Estaba completamente seguro de haber dejado tanto la sal como el azúcar en sus contenedores correspondientes, de haber probado que el contenido fuese el correcto según la etiqueta, además,  los recipientes eran completamente diferentes en forma y tamaño… vamos,  que era imposible equivocarse ala hora de echar mano del que en cada momento hiciese falta.

Cada uno de los días de aquella extraña semana sus comidas eran dulces, pero totalmente carentes de sal. Y no sería porqué no se la hubiese puesto, que estaba seguro de haberlo hecho, y de forma generosa, pues le gustaba que tirase más bien hacia el salado.

Algunos de los platos que había preparado en aquellos días aún se habían podido comer, el azúcar les daba un punto extraño y diferente, pero eran comestibles. Otros terminaron en el contenedor de desperdicios, pues eran totalmente intragables, seguro que ni el más famélico de los perros vagabundos que rondaban el barrio se los hubiese comido.

Era evidente que algo extraño estaba sucediendo en su cocina, uno puede tener un día tonto y equivocarse ¿pero todos los días de una semana?  No, aquello no era normal y estaba decidido a descubrir el motivo de tal desaguisado, resolvería el misterio a cualquier precio, estaba completamente seguro que le saldría más barato que seguir tirando comida.

Lo primero que se le ocurrió fue cambiar el azúcar de lugar, lo sacaría de la cocina y seguro que así no podría volver a equivocarse, y aún así volvió a comprobar el contenido del salero… tal como imaginaba, era sal.

Para ese día había decidido preparar un fabuloso entrecot de buey que se había traído desde el pueblo el día antes.

Todo iba sobre ruedas, había escogido cuidadosamente todos los ingredientes que formarían parte del adobo, la salsa Perrins, los ajos, el aceite de oliva, albahaca y romero, hasta se había esmerado en la elección de la cerveza que debería añadir a ese adobo. Dejo reposar la carne en aquel marinado durante unos 15 minutos, mientras degustaba el resto de la cerveza. Calentó la plancha y cocino la carne hasta dejarla en su punto. Tras retirarla del fuego salpimentó y dejó reposar nuevamente cubriendo el plato para i intensificar aún más los sabores.

Había llegado el momento de degustar aquel manjar ... ¡cáspita!  … había sucedido otra vez, la sal brillaba por su ausencia y sobre el entrecot lucía una finísima capa de azúcar. Esto había ido demasiado lejos, esa misma tarde instalaría cámara de seguridad, tenía que saber que estaba sucediendo allí.

Una nueva sorpresa le esperaba al visionar lo que las cámaras habían grabado. No, no se veía a nadie enredando en su cocina, al menos como hubiese esperado ver. Las imágenes le dejaron aún más confuso de lo que ya estaba.

En el monitor se apreciaba claramente como se abría la puerta de su cocina, también la del mueble donde se encontraba el salero, se podía ver perfectamente como el salero era bajado a la encimera y vaciado su contenido en el paquete de la sal. Acto seguido podía verse como era rellenado con azúcar y vuelto a colocar cuidadosamente en su lugar, como si nunca se hubiese movido de allí.

Lo que no se podía ver era quien hacía esos cambios, todos los elementos parecían moverse solos, levitar hasta situarse en cada punto como si fuesen movidos por un fantasma que permanecía oculto en su invisibilidad..

Esto sí le estaba asustando, no creía estar volviéndose loco, además las imágenes no dejaban espacio a las dudas, algo estaba jugando en su cocina y ese algo era inmaterial.

Pero ¿Qué podía hacer? ¿Por qué ahora y no antes?

Él se había mudado a esta casa hacia más de diez años, después de casi otros dos de esperar a que terminase las reformas que  junto a su novia habían proyectado para lo que habría sido su hogar. Ella no había podido ver las obras terminadas, un conductor ebrio la había arrollado cuando salía de su trabajo matándola en el acto. Él había estado a punto de vender aquella casa, pero algo en su interior se lo había impedido.

En su cabeza daban vueltas mil preguntas buscando una explicación a lo que estaba sucediendo, sin dejar de ver aquellas imágenes en la pantalla ni encontrar respuesta o explicación alguna.

Un fuerte ruido le sacó de su abstracción, procedía del despacho, alarmado corrió a ver que sucedía y su sorpresa fue todavía mayor, tras la gran mesa de roble se movía ligeramente la silla, lo hacía con delicados momentos rotatorios de izquierda a derecha y viceversa, como si alguien estuviera sentado en ella, ligeramente reclinado hacia atrás. Sobre la mesa una carpeta se abrió dejando ver su interior, y como si una mano la guiase se giró hacia él, como mostrándole directamente aquellas páginas en concreto.

Temeroso se acercó al escritorio, era consciente de no haber dejado ninguna carpeta fuera de los cajones del archivador, y menos todavía la que contenía sus informes médicos, sin embargo allí estaba, ante sus ojos, y sobre aquellas páginas el bolígrafo que él había regalado a Soledad unos días antes de su muerte, situado estratégicamente, como señalando un párrafo concreto. Leyó aquel párrafo y todo cobró sentido.

A pesar de los años transcurridos nunca había vuelto a estar con una mujer, no se sentía preparado para una relación, pero nunca se sintió solo, cuando llegaba a casa se sentía acompañado, le inundaba la paz, la misma sensación que sentía entre los brazos de Soledad, probablemente por eso no había querido poner nada de forma diferente a como ella lo había diseñado en sus dibujos, aquellos que guardaba como oro en paño.

Su miedo se volvió tranquilidad, y la paz retorno a inundar su Alma. Ahora estaba seguro, ella nunca se había ido.

Aquel párrafo del informe médico era una clara advertencia, debía dejar la sal en las comidas para que su salud no se viese deteriorada, y Soledad se estaba encargando de que así fuese, ella seguía cuidando de él.

El azúcar, esa era una vieja broma que entre ambos tenían y que ahora había recordado, una broma sobre la dulzura de sus labios.

Llorando se arrodilló junto a la silla que ya no se movía, pero se había girado hacia él, como si Soledad estuviese ahora ofreciéndole su regazo a modo de refugio, mientras entre lágrimas el repetía que la amaba y la amaría eternamente.

 

C. Rodríguez

24/09/2022

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