miércoles, 26 de octubre de 2022

VEINTE AÑOS, QUE NO SON NADA.

 VEINTE AÑOS, QUE NO SON NADA.


Estaba allí sentado, tal como lo había hecho cada viernes desde hacía ya unos años, con mi mente en blanco y la mirada perdida en el negro abismo de una taza de café. Probablemente mil ideas habrían pasado por mi cabeza en todas aquellas tardes, pero esta vez era distinto, una extraña sensación me había acompañado durante todo el día, y  parecía que mi mente se negase a realizar esa tarea básica de pensar… con lo difícil que era callarla cada vez que me sentaba meditar y hoy se había callado sin más.

Durante todo el día había tenido la sensación de que algo iba a suceder, y esta inquietud había ido en aumento a medida que las horas corrían en el reloj, aunque nada fuera de lo habitual había ocurrido durante la jornada laboral.

De repente sucedió, el sonido de unos zapatos bajando la escalera que daba acceso a aquel viejo café me sacaron de la abstracción en que estaba y me hizo levantar la mirada, aunque dudo mucho que realmente fuera el sonido de sus pisadas, pues este era ocultado por la música que sonaba en el local.

No eran mis ojos los únicos que contemplaban la escena, como espectadores ante la gran pantalla de un cine esperando el desenlace de la escena clave de la película. Unos zapatos de tacón alto, negros y brillantes como el azabache, marcaban el inicio de unas largas piernas perfectamente torneadas y envueltas en unas medias de fantasía también negras.

Bajaba lentamente la escalera, como si fuese consciente de que todas las miradas estaban puestas en ella y se recrearse en mantener el misterio y la incertidumbre de quien estaría al final de aquellas dos esculturales columnas, haciendo una breve parada en cada uno de los peldaños. Mientras tanto sujetaba con delicadeza un ajustado vestido de raso verde esmeralda, como tratando de impedir que la pronunciada abertura lateral dejase ver sus músculos.

No, no exagero si os digo que aquellas piernas parecían no tener fin, pero sí lo tenían… y que fin…

Un peldaño más y aquel cuerpo de guitarra perfectamente recortado y delineado por la suave tela del vestido comenzó a dejarse ver. Atentos estaban mis ojos ansiosos por descubrir el resto a medida que se sucedían los escalones.

Os aseguro que aquel escultural cuerpo no fue lo que más me impresionó, un par de peldaños más tarde mi mirada se clavaba en aquellos ojos de color miel, haciendo brevísimas escapadas a lo largo de una larga y ondulada melena negra.

Se detuvo en el pequeño rellano que a dos peldaños del final de la escalera permitiría escudriñar el local, cosa que hizo con la misma calma con la que había bajado hasta allí.

El local estaba lleno, no quedaba ni una sola mesa libre, y si aquella hermosa mujer había quedado de verse allí con alguien, este no había llegado.

Su mirada se detuvo al llegar a donde yo me encontraba, una pequeña mesa para dos en una esquina del local, semi tapada por una columna de madera delicadamente tallada.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando ella retomó el movimiento y sin razón alguna se dirigió hacia mí.

Yo era el único que estaba solo en el local, por eso siempre me sentaba en aquel recogido rincón

Al llegar a la altura de mi mesa se detuvo, -¿Podría compartir mesa contigo? Si es que no esperas a nadie, el local está a tope y parece que no hay ningún otro sitio libre-.

En aquel momento mi sangre pareció helarse, mi garganta se secó de tal manera que me fue difícil articular palabra. A duras penas pude pronunciar un tímido “sí, por supuesto” , seguido de un torpe gesto con la mano señalando la silla vacía.

-No sabes cuánto te lo agradezco, estos zapatos me están matando y necesito refugiarme en algún sitio.

Aquellas palabras encendieron todas mis alarmas, ahora que estaba a poco más de un metro de mi podía ver mucho mejor aquellos hermosos ojos, pero un velo de miedo enturbiaba su brillo.

En pocos segundos teníamos a nuestro lado a la camarera lista para tomar nota.

-A mí ponme otro café, por favor- Dije como queriendo romper la tensión que se había quedado en el aire.

-Yo no tomaré nada, me iré enseguida- dijo ella, como buscando una escusa para no consumir.

Un interminable silencio se mantuvo entre nosotros durante unos segundos, yo no quería incomodarla preguntando por aquel miedo evidente, preferí darle tiempo a calmarse un poco, y entonces ella lo rompió de forma contundente.

-Perdona, que mal educada soy, mi nombre es María, y te juro que esto no lo he hecho nunca- me dijo mientras bajaba su mirada a la mesa. -la verdad es que no sabía dónde meterme, y ahora mismo estoy muy avergonzada por haber roto tu tranquilidad.

-No te preocupes, no has roto nada ¡al menos que yo haya visto!

Una sonrisa pareció escapar de sus labios, pero algo parecía inquietarla sobremanera, se la notaba en tensión, como si estuviera huyendo de algo o más bien de alguien, y esto, en cierto modo, sí me preocupaba, lo que menos quería era verme envuelto un problema fuese de la índole que fuese. Pero solamente había una forma de averiguar qué estaba sucediendo, pero… ¿como preguntar por esa delicada situación a alguien que acabas de conocer? Afortunadamente no fue necesario, ella misma me explicaba una historia que parecía sacada de una serie televisiva.

Ella hacía cerca de dos años que iniciara su relación con un chico del barrio, se conocían casi de toda la vida, pero nada había surgido hasta que coincidieron en la boda de su amiga Candela, resulta que Alfonso, que así se llamaba el individuo en cuestión, era amigo del que ese día se convertía en marido de Candela.

Su relación había ido muy bien hasta hacía apenas tres meses, sin saber cómo ni porqué él había comenzado a comportarse como un auténtico celópata, acusándola continuamente de estar coqueteando con toda aquel que estuviera a menos de diez metros de ella.

Esa noche todo se había ido de madre, habían ido a una fiesta de antiguos alumnos del instituto donde ambos habían estudiado, y como era lógico ella había saludado a aquellos compañeros de aula a quienes hacia años que no veía. Alfonso parecía haberse vuelto loco, y en varias ocasiones la había apartado de aquellos con quienes se encontraba conversando de no muy buenas maneras.

La agresividad de Alfonso había ido en aumento y María se había asustado demasiado como para quedarse a esperar que pasaba. Sin ni tan siquiera recoger su bolso y su abrigo del guardarropa, había salido corriendo de aquel local y encaminado sus pasos calle abajo. El miedo a que él la siguiese la había empujado a buscar refugio en el café donde yo me encontraba.

El haber dejado atrás su bolso la había dejado también sin dinero, por eso no había pedido nada a la camarera, aunque sin duda le vendría muy bien algo que calmarse un poco sus nervios.

Alcé mi mano haciendo un gesto a la camarera, que acudió a la mesa y tomó nota de una nueva comanda, y en un nada estaba de vuelta con otro café y una infusión de tila.

Todavía no sé cómo sucedió, pero la siguiente escena ya no era de culebrón, pero como la realidad siempre supera a la ficción, dimos el salto a la serie policiaca más típica.

Los ojos de María se abrieron como platos, reflejando nuevamente aquel miedo que minutos antes me había relatado, sus temblorosas manos se aferraron a mi brazo como náufrago al tablón del que depende su vida.

-Es él, por favor… que no me vea – balbuceo aterrada.

Gire mi vista hacia las escaleras y…  allí estaba, plantado cual poste de la luz, con su cerca de metro noventa y un fornido cuerpo fruto, sin duda, de muchas horas de gimnasio.

Desde donde él se había parado la columna de madera le impedía ver a María con claridad, pero esto duró muy poco, como si supiese a ciencia cierta que ella se encontraba en el local continuo entrando.

-¡¡¡Cuidado, viene hacia aquí!!!- exclamó temblorosa y aterrada.

Todavía no sé qué pasó por mi cabeza en ese breve instante, pero mi reacción fue totalmente impulsiva, y probablemente de lo más irracional que se podía haber hecho después de ver como se acercaba aquella mole de músculos que, con el primer guantazo, podría mandarme al hospital.

Sobre el respaldo de mi silla descansaba mi inseparable cazadora de tela tejana, que sin saber como descolgué rápidamente con mi mano izquierda, mientras la deslizaba sobre los hombros de María en un intento de ocultar su vestido y su cuerpo.

Al mismo tiempo, mi mano derecha se colaba bajo su pelo a la altura de la nuca, atrayendo hacia mí su cabeza en un rápido movimiento, que fue continuado por un beso en los labios.

En la posición que habían quedado nuestras cabezas, su rostro quedaba totalmente oculto a la vista de aquel energúmeno, que pasó de largo, dando una vuelta rápido al establecimiento y encarando nuevamente sus pasos hacia la calle.

Cuando vi que había abandonado el local, libere la cabeza de María… -perdona el atrevimiento, pero no se me ocurrió otra forma de ocultarte a plena vista-.

Durante unos segundos María permaneció en silencio, inmóvil. Mientras tanto me prepare para recibir la mayor bofetada de la historia, sin duda era lo que haría… ¿cómo me había atrevido a besarla sin su permiso? Y más acabando de conocerla. Aquellos segundos me parecieron eternos.

De repente María reaccionó, se abrazó fuertemente a mí y tras susurrar en mi oído un simple gracias- posó suavemente sus labios sobre los míos, nuestros ojos se cerraron y ambos perdimos la noción del tiempo que duró aquel beso, esta vez por ambos consentido, entregándonos sin reparo, sin miedo.

Un par de horas más tarde ambos abandonamos aquel viejo café, ella cobijada bajo mi vieja cazadora, yo cobijado en su abrazo.

Juntos volvimos al local del que ella había salido huyendo, no fue necesario pasar hasta la fiesta, el guardarropa estaba junto a la entrada,  recuperamos su abrigo, su bolso… y su libertad.

Aquel fue el primer día de nuestras vidas, ella nacía a una vida sin miedo, yo … yo lo hacía a un amor de sueño, de cuento de hadas….

Pero esta historia no terminó allí, allí fue donde empezó, y allí… a ese viejo café, es al que regresamos cada tarde tomados de la mano para sentarnos en la misma mesa, tras la misma columna, para que la misma camarera nos atienda, y mientras nos miramos volvamos a repetir aquel “cuidado que viene “ y volver a fundirnos en un interminable beso que dura ya veinte años, veinte años, que no son nada.

C. Rodríguez

4/10/2022

 

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