VEINTE AÑOS, QUE NO SON NADA.
Estaba allí sentado, tal como lo había hecho cada viernes desde
hacía ya unos años, con mi mente en blanco y la mirada perdida en el negro
abismo de una taza de café. Probablemente mil ideas habrían pasado por mi
cabeza en todas aquellas tardes, pero esta vez era distinto, una extraña
sensación me había acompañado durante todo el día, y parecía que mi mente se negase a realizar esa
tarea básica de pensar… con lo difícil que era callarla cada vez que me sentaba
meditar y hoy se había callado sin más.
Durante todo el día había tenido la sensación de que algo
iba a suceder, y esta inquietud había ido en aumento a medida que las horas
corrían en el reloj, aunque nada fuera de lo habitual había ocurrido durante la
jornada laboral.
De repente sucedió, el sonido de unos zapatos bajando la
escalera que daba acceso a aquel viejo café me sacaron de la abstracción en que
estaba y me hizo levantar la mirada, aunque dudo mucho que realmente fuera el
sonido de sus pisadas, pues este era ocultado por la música que sonaba en el
local.
No eran mis ojos los únicos que contemplaban la escena, como
espectadores ante la gran pantalla de un cine esperando el desenlace de la
escena clave de la película. Unos zapatos de tacón alto, negros y brillantes
como el azabache, marcaban el inicio de unas largas piernas perfectamente
torneadas y envueltas en unas medias de fantasía también negras.
Bajaba lentamente la escalera, como si fuese consciente de
que todas las miradas estaban puestas en ella y se recrearse en mantener el
misterio y la incertidumbre de quien estaría al final de aquellas dos esculturales
columnas, haciendo una breve parada en cada uno de los peldaños. Mientras tanto
sujetaba con delicadeza un ajustado vestido de raso verde esmeralda, como
tratando de impedir que la pronunciada abertura lateral dejase ver sus músculos.
No, no exagero si os digo que aquellas piernas parecían no
tener fin, pero sí lo tenían… y que fin…
Un peldaño más y aquel cuerpo de guitarra perfectamente
recortado y delineado por la suave tela del vestido comenzó a dejarse ver.
Atentos estaban mis ojos ansiosos por descubrir el resto a medida que se
sucedían los escalones.
Os aseguro que aquel escultural cuerpo no fue lo que más me
impresionó, un par de peldaños más tarde mi mirada se clavaba en aquellos ojos
de color miel, haciendo brevísimas escapadas a lo largo de una larga y ondulada
melena negra.
Se detuvo en el pequeño rellano que a dos peldaños del final
de la escalera permitiría escudriñar el local, cosa que hizo con la misma calma
con la que había bajado hasta allí.
El local estaba lleno, no quedaba ni una sola mesa libre, y
si aquella hermosa mujer había quedado de verse allí con alguien, este no había
llegado.
Su mirada se detuvo al llegar a donde yo me encontraba, una
pequeña mesa para dos en una esquina del local, semi tapada por una columna de
madera delicadamente tallada.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando ella retomó el
movimiento y sin razón alguna se dirigió hacia mí.
Yo era el único que estaba solo en el local, por eso siempre
me sentaba en aquel recogido rincón
Al llegar a la altura de mi mesa se detuvo, -¿Podría
compartir mesa contigo? Si es que no esperas a nadie, el local está a tope y parece
que no hay ningún otro sitio libre-.
En aquel momento mi sangre pareció helarse, mi garganta se
secó de tal manera que me fue difícil articular palabra. A duras penas pude
pronunciar un tímido “sí, por supuesto” , seguido de un torpe gesto con la mano
señalando la silla vacía.
-No sabes cuánto te lo agradezco, estos zapatos me están
matando y necesito refugiarme en algún sitio.
Aquellas palabras encendieron todas mis alarmas, ahora que estaba
a poco más de un metro de mi podía ver mucho mejor aquellos hermosos ojos, pero
un velo de miedo enturbiaba su brillo.
En pocos segundos teníamos a nuestro lado a la camarera
lista para tomar nota.
-A mí ponme otro café, por favor- Dije como queriendo romper
la tensión que se había quedado en el aire.
-Yo no tomaré nada, me iré enseguida- dijo ella, como
buscando una escusa para no consumir.
Un interminable silencio se mantuvo entre nosotros durante unos
segundos, yo no quería incomodarla preguntando por aquel miedo evidente,
preferí darle tiempo a calmarse un poco, y entonces ella lo rompió de forma
contundente.
-Perdona, que mal educada soy, mi nombre es María, y te juro
que esto no lo he hecho nunca- me dijo mientras bajaba su mirada a la mesa. -la
verdad es que no sabía dónde meterme, y ahora mismo estoy muy avergonzada por
haber roto tu tranquilidad.
-No te preocupes, no has roto nada ¡al menos que yo haya
visto!
Una sonrisa pareció escapar de sus labios, pero algo parecía
inquietarla sobremanera, se la notaba en tensión, como si estuviera huyendo de
algo o más bien de alguien, y esto, en cierto modo, sí me preocupaba, lo que
menos quería era verme envuelto un problema fuese de la índole que fuese. Pero
solamente había una forma de averiguar qué estaba sucediendo, pero… ¿como preguntar
por esa delicada situación a alguien que acabas de conocer? Afortunadamente no
fue necesario, ella misma me explicaba una historia que parecía sacada de una serie
televisiva.
Ella hacía cerca de dos años que iniciara su relación con un
chico del barrio, se conocían casi de toda la vida, pero nada había surgido
hasta que coincidieron en la boda de su amiga Candela, resulta que Alfonso, que
así se llamaba el individuo en cuestión, era amigo del que ese día se convertía
en marido de Candela.
Su relación había ido muy bien hasta hacía apenas tres
meses, sin saber cómo ni porqué él había comenzado a comportarse como un
auténtico celópata, acusándola continuamente de estar coqueteando con toda
aquel que estuviera a menos de diez metros de ella.
Esa noche todo se había ido de madre, habían ido a una
fiesta de antiguos alumnos del instituto donde ambos habían estudiado, y como
era lógico ella había saludado a aquellos compañeros de aula a quienes hacia
años que no veía. Alfonso parecía haberse vuelto loco, y en varias ocasiones la
había apartado de aquellos con quienes se encontraba conversando de no muy
buenas maneras.
La agresividad de Alfonso había ido en aumento y María se
había asustado demasiado como para quedarse a esperar que pasaba. Sin ni tan siquiera
recoger su bolso y su abrigo del guardarropa, había salido corriendo de aquel
local y encaminado sus pasos calle abajo. El miedo a que él la siguiese la
había empujado a buscar refugio en el café donde yo me encontraba.
El haber dejado atrás su bolso la había dejado también sin
dinero, por eso no había pedido nada a la camarera, aunque sin duda le vendría
muy bien algo que calmarse un poco sus nervios.
Alcé mi mano haciendo un gesto a la camarera, que acudió a
la mesa y tomó nota de una nueva comanda, y en un nada estaba de vuelta con otro
café y una infusión de tila.
Todavía no sé cómo sucedió, pero la siguiente escena ya no
era de culebrón, pero como la realidad siempre supera a la ficción, dimos el
salto a la serie policiaca más típica.
Los ojos de María se abrieron como platos, reflejando
nuevamente aquel miedo que minutos antes me había relatado, sus temblorosas
manos se aferraron a mi brazo como náufrago al tablón del que depende su vida.
-Es él, por favor… que no me vea – balbuceo aterrada.
Gire mi vista hacia las escaleras y… allí estaba, plantado cual poste de la luz,
con su cerca de metro noventa y un fornido cuerpo fruto, sin duda, de muchas
horas de gimnasio.
Desde donde él se había parado la columna de madera le
impedía ver a María con claridad, pero esto duró muy poco, como si supiese a
ciencia cierta que ella se encontraba en el local continuo entrando.
-¡¡¡Cuidado, viene hacia aquí!!!- exclamó temblorosa y
aterrada.
Todavía no sé qué pasó por mi cabeza en ese breve instante,
pero mi reacción fue totalmente impulsiva, y probablemente de lo más irracional
que se podía haber hecho después de ver como se acercaba aquella mole de
músculos que, con el primer guantazo, podría mandarme al hospital.
Sobre el respaldo de mi silla descansaba mi inseparable
cazadora de tela tejana, que sin saber como descolgué rápidamente con mi mano izquierda,
mientras la deslizaba sobre los hombros de María en un intento de ocultar su
vestido y su cuerpo.
Al mismo tiempo, mi mano derecha se colaba bajo su pelo a la
altura de la nuca, atrayendo hacia mí su cabeza en un rápido movimiento, que
fue continuado por un beso en los labios.
En la posición que habían quedado nuestras cabezas, su
rostro quedaba totalmente oculto a la vista de aquel energúmeno, que pasó de
largo, dando una vuelta rápido al establecimiento y encarando nuevamente sus
pasos hacia la calle.
Cuando vi que había abandonado el local, libere la cabeza de
María… -perdona el atrevimiento, pero no se me ocurrió otra forma de ocultarte
a plena vista-.
Durante unos segundos María permaneció en silencio, inmóvil.
Mientras tanto me prepare para recibir la mayor bofetada de la historia, sin
duda era lo que haría… ¿cómo me había atrevido a besarla sin su permiso? Y más
acabando de conocerla. Aquellos segundos me parecieron eternos.
De repente María reaccionó, se abrazó fuertemente a mí y tras
susurrar en mi oído un simple gracias- posó suavemente sus labios sobre los
míos, nuestros ojos se cerraron y ambos perdimos la noción del tiempo que duró
aquel beso, esta vez por ambos consentido, entregándonos sin reparo, sin miedo.
Un par de horas más tarde ambos abandonamos aquel viejo
café, ella cobijada bajo mi vieja cazadora, yo cobijado en su abrazo.
Juntos volvimos al local del que ella había salido huyendo, no
fue necesario pasar hasta la fiesta, el guardarropa estaba junto a la entrada, recuperamos su abrigo, su bolso… y su
libertad.
Aquel fue el primer día de nuestras vidas, ella nacía a una vida
sin miedo, yo … yo lo hacía a un amor de sueño, de cuento de hadas….
Pero esta historia no terminó allí, allí fue donde empezó, y
allí… a ese viejo café, es al que regresamos cada tarde tomados de la mano para
sentarnos en la misma mesa, tras la misma columna, para que la misma camarera nos
atienda, y mientras nos miramos volvamos a repetir aquel “cuidado que viene “ y
volver a fundirnos en un interminable beso que dura ya veinte años, veinte años,
que no son nada.
C. Rodríguez
4/10/2022