lunes, 7 de octubre de 2019

ÚLTIMO ALIENTO

ÚLTIMO ALIENTO

Lentamente abrió sus ojos se sintió desconcertado, no sabía cómo había llegado allí donde se encontraba. Intentó incorporar su cuerpo, pero era imposible, parecía no responder a ninguna de sus órdenes. 
Sus piernas y brazos parecían haber sido separados de su cuerpo, pero no sentía dolor, más bien todo lo contrario. Se encontraba muy a gusto, de hecho hacia muchísimo tiempo que no estaba tan relajado físicamente, los años y una dura vida laboral le pasaban factura con una interminable lista de achaques y dolores, pero en ese momento todos habían desaparecido.
Intento hacer memoria, pero su último recuerdo era el viento sobre su cara mientras pedaleaba sobre su bicicleta.
Recordaba haber salido de casa como cada domingo, su pasión por las dos ruedas no entendía de climatología y aunque ese domingo las negras nubes amenazaban con dejar caer una buena cantidad de agua, no le había importado.
Recordaba aquella brisa sobre su cara, y el rugido de aquel deportivo negro. Luego no había nada más en su memoria, por más que se esforzaba en recordar más allá de aquel ensordecedor motor.
Gritó pidiendo ayuda, preguntando si alguien le escuchaba, pero tan sólo el ensordecedor silencio le respondía. 
Movió sus ojos buscando a su alrededor la presencia de alguien, pero no alcanzó a ver a nadie, sin lugar a dudas era evidente que se encontraba totalmente solo.
Una suave brisa traía hasta su nariz la fragancia de algunas flores que él suponía estaban cerca. Podía distinguir las amapolas, las lilas, la manzanilla, incluso por momento le parecía notar el olor del azahar.
A su alrededor podía escuchar a los grillos, algunos pájaros que con su trino parecía quisiesen alegrar un poco aquel momento.
Fue entonces cuando comenzó a sentirse observado.
En ese momento, por el rabillo del ojo, pudo ver a quien tenía sus ojos puestos sobre él.
Allí estaba, a tan sólo unos cuantos centímetros de él con sus saltones ojos azabache clavados en los suyos, casi tan inmóvil como él lo estaba, totalmente en silencio.
Durante todas aquellas horas ella permaneció allí, sin inmutarse.
A medida que pasaban las horas, aquellos nubarrones grises que lo cubrían todo cuando salió de casa, iban desapareciendo y dejaban paso a un cielo azul y un radiante sol que calentaba su inerte cuerpo aquella mañana de primavera.
Seguían pasando las horas y nada cambiaba en su situación, que suerte que muy cerca hubiese un árbol. Aquél solitario árbol le había dado sombra en las horas en que el calor del sol era más intenso. Eso, sin duda, había evitado su deshidratación.
El tiempo seguía corriendo, y el sol ya había desaparecido en el horizonte, un manto cubierto de estrellas se había desplegado ante sus ojos cambiando por completo su visión del cielo.
El fatídico desenlace de aquella situación parecía ya inevitable, de modo que comenzó a mentalizarse de la proximidad de su final.
Tuvo tiempo de sobra para hacerle todo tipo de confidencias a su acompañante, charlaron sobre la vida, sobre el amor, hablaron del tiempo y de cómo la afectaba a ella el cambio climático. Hablaron sobre el pasado y los sueños de futuro.
Fue haciendo memoria y un más que exhaustivo examen de conciencia, repasando toda su vida y tratando de recordar a todas y cada una de las personas con las que no se había portado bien.
Todo aquello que iba recordando se lo contaba a su compañera, pues parecía que tan sólo ella estaría a su lado mientras él agonizase en aquel lecho de hierbas y campestres flores.
El implacable paso del tiempo le hacía pasar por distintos estados de ánimo, lo mismo se desesperaba como se que daba por hacer bromas sobre su situación con aquella que no se había movido de su lado, siempre atenta a sus palabras, sin importar que fuese lo que él arrojase por aquella boca.
Hubo tiempo para el llanto y la desolación, para los recuerdos, para los chistes fáciles, para volver a llorar y volver a reír.
Ya casi no se escuchaban pasar vehículos por la cercana carretera, aunque tampoco cambiaría la situación, pues a él ya tampoco le quedaban fuerzas para gritar, lo había estado haciendo durante todo el día cada vez que escuchaba un coche, una moto, incluso cuando era un camión, pero aquello no había dado resultado, nadie había escuchado sus gritos.
Aquella pequeña araña había sido su única acompañante durante muchas horas, observándole, escuchando todas y cada una de sus palabras, velando su sueño en los momentos en que él se había quedado dormido, consolando su desesperación en los instantes más difíciles de su existencia.
Y es que cuando ves como la muerte se acerca con paso lento, necesitas sentirte acompañado y no importa quien te ofrezca esa compañía mientras exhalas tus últimas bocanadas de aire.

C. Rodríguez
7/10/2019 

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