EL BARRIO
Aquellas calles le habían hecho quien era, esforzarse siempre
al máximo tratando de salir de un entorno donde la pobreza se podía oler.
Incluso las instituciones se habían olvidado de ellos, las calles
no se asaltaban desde el día en que las construyeron, de hecho el negro pavimento
era casi inexistente, quedando algún pequeño vestigio como prueba de que en algún
momento había existido.
Pero en el barrio no todo era malo, al contrario, era algo más
que un barrio, era una gran familia donde todos se preocupaban por todos, donde
los niños eran de su padre y su madre, aunque parecían serlo de todos, pues allí
donde estuviesen jugando allí merendaban todos.
No eran muchas casas las que componían el barrio, un pequeño
núcleo de sesenta viviendas sociales construidas para albergar al mismo número de
familias desfavorecidas por la vida. Aunque ese había sido el eslogan oficial, la
realidad era bien distinta, habían sido levantadas para alejar a aquellas personas
de un barrio residencial lleno de grandes y lujosos chalets donde habitaban importantes
políticos, empresarios y “gente bien “ que no querían ver a personas sin recursos
merodeando por las mismas calles que ellos transitaban en sus lujosos vehículos
En el barrio se había creado una pequeña escuela, del mismo estilo
que las del rural, esas donde en el mismo aula imparte clase un único profesor para
todas las edades. Era Don Ernesto el encargado de intentar que todos aquellos pequeños
aprendieran a leer, escribir y hacer algunas cuentas, mientras trataba de que recibiesen
unas nociones mínimas de como comportarse en una sociedad que les quería lejos.
Don Ernesto era un maestro de aquellos de antes, con los que
la disciplina era fundamental, pero tenía el hombre un corazón tan grande que se
dejaba en aquellas criaturas algo más que la paciencia intentando hacer de ellos
hombres y mujeres de provecho.
Sin duda su sueldo no era elevado, pero consciente de que el
hambre era fiel compañera el barrio, se dejaba sus ganancias mensuales en aquellos
pequeños estómagos. Cada día dejaba el aula a cargo de alguno de los mayores durante
los diez minutos anteriores al recreo mientras él iba a la cocina y lo preparaba
todo, luego llamaba a un par de los de más edad que se apresuraban en llegar donde
él y ayudarle a repartir entre todos los alumnos un vaso de leche y un trozo se
pan.
Antonio había tenido la suerte de haber estudiado con aquel hombre,
él le había enseñado no sólo las materias que impartía en el aula, sino también
el valor de compartir con quienes tienen menos.
Fue Don Ernesto quien le ánimo a estudiar más allá de los temarios
obligatorios, quien por las tardes le daba clases de otras materias y ampliaba sus
conocimientos invitándole a leer obras de los grandes pensadores y filósofos, quien
le prestaba libros de ciencia… en definitiva, fue quien le empujó a crecer y a creer
que otro futuro era posible.
Don Ernesto se encargó de conseguirle una beca para proseguir
con los estudios de bachillerato, y luego la universidad. Antonio siempre estuvo
agradecido a aquel hombre que había cambiado su vida.
Un golpe de suerte y el duro trabajo habían colocado a Antonio
entre los directivos de una gran empresa, lo que le proporcionaba una vida fácil
y sin estrecheces. Pero él no olvidaba las enseñanzas de su primer maestro.
En el barrio nadie sabía que había pasado, el caso es que de
repente habían dejado de pasarles los recibos del alquiler, el agua y la luz. Algunos
habían tratado de averiguar, pero solamente les decían que todos los recibos estaban
al día, que no había ninguna deuda y tampoco ni un error.
Pasados unos meses las máquinas llegaron al barrio, poniendo
en alerta a todos durante las primeras horas, y dejándoles boquiabiertos al ver
cómo iniciaban la reparación de aquellas cuatro calles.
Al mismo tiempo comenzaron la construcción en una parcela anexa
y que siempre había estado vacía.
Las obras duraron quince meses, y unos días antes de navidad
llegó a todas las casas una invitación para la inauguración, les invitaban a una
cena, a todos, no querían que faltase nadie, niños y mayores debían acudir la noche
del 24 de diciembre. Tan sólo les pedían que llevasen su mejor sonrisa.
El edificio tenía un gran cartel que permanecía tapado, y que
así estaría hasta el momento de la cena.
Y fue entonces cuando sin que nadie tocase nada la gran tela
de desplomó al suelo y un sepulcral silencio se hizo en el enorme pabellón donde
se habían dispuesto mesas y sillas para una gran cena de nochebuena en familia.
Aquel cartel rezaba de la siguiente manera:
En recuerdo a Don Ernesto Giráldez, gran maestro y mejor persona.
En agradecimiento a su esfuerzo y
dedicación en favor de todos los niños y niñas del barrio, que disfrutamos de un
vaso de leche y un trozo de pan cada día, satisfaciendo así el hambre de nuestros
estómagos, mientras sus enseñanzas alimentaban nuestras mentes.
Tras el asombro inicial se escuchó una voz que gritaba - ¡a comer,
que la cena se enfría! – y todos comenzaron a cenar, mientras se comentaba quien
podría estar detrás de todo aquello.
A día de hoy siguen sin saber que el nuevo colegio, en cuyo pabellón
de deportes se sigue celebrando la cena de nochebuena cada año, y esos recibos que
siguen sin llegar es todo obra de uno de sus vecinos, alguien que pudiendo estar
lejos prefiere estar allí donde se crió y donde aprendió la importancia del verbo
ayudar.
C. RODRÍGUEZ
5/11/2022